Puntos a convenir.
Primero, la democracia existe mucho antes que el derecho a votar. Si tiene alguna duda al respecto, lo invito en un viaje en el tiempo y el espacio, 2600 años atrás y al sur de la península de los Balcanes, más específicamente a la antigua Grecia, donde solo los hombres adultos y con entrenamiento militar podían ejercer el derecho a sufragio, excluyendo a mujeres, niños y esclavos entre otros. Por lo tanto, votar en Atenas no constituía un derecho sino un privilegio. Privilegio seguramente inmerecido para nuestros tiempos y que sin embargo, muestra un retraso mayor en algunos estados, los que incluso al día de hoy impiden a las mujeres votar o ser votadas como es el caso del Estado Vaticano.
Segundo. Es importante establecer la naturaleza de los llamados “derechos negativos” y de los llamados “derechos positivos” para intentar comprender la naturaleza particular de la participación ciudadana expresada a través de un voto en las elecciones realizadas en cada una de nuestras sociedades. Es importante echar luces sobre ambos para acercarnos de mejor manera al proceso de deliberación popular o elección popular que muchas veces se muestra como la epitome de la democracia o el quehacer político de cada uno de nosotros.
Sintetizando lo expuesto por Isaiah Berlin en su obra “Two Concepts of Liberty”, un derecho negativo, es aquel derecho que puede ser realizado sin la coacción externa al individuo, es decir, la persona puede elegir libremente el camino que mejor le parezca y no ser obligado a actuar de determinada manera por otra persona o grupo, una institución o incluso un gobierno. Un ejemplo de un derecho o libertad negativa es el “derecho a la libre expresión” o el “derecho a la asociación”. Por otro lado, un derecho positivo, es aquel derecho que obliga a otros a respetar el actuar del titular del derecho. Ejemplos de derechos positivos pueden ser las leyes en contra la discriminación de determinados grupos basados en sus componentes raciales, étnicos, de orientación sexual o preferencia de género.
Pues bien, hechas ambas distinciones, ¿Es el derecho a voto una expresión de libertad negativa o positiva?
Para muchos, la libertad se expresa a modo de “libre albedrío”, expresado en un contexto eminentemente privado que hace relación con las elecciones que cada uno toma. Sin embargo, al momento de votar (elegir) por los encargados de representar a nuestro poder legislativo (senadores, diputados o representantes) o ejecutivo (presidente, primer ministro), las posibilidades ya vienen predeterminadas en la papeleta. La opción “nulo” y “blanco” también están presentes, -aunque no son mencionadas explícitamente-, y para bien o para mal, aún no he conozco al Presidente “Nulo” o al primer ministro “En Blanco” a pesar de haber obtenido mas preferencias en determinadas elecciones. Por lo tanto, ¿podría el derecho a voto ser compatible con una expresión de libertad negativa?
Recordemos que la libertad positiva obliga a otros a reconocer y respetar las decisiones hechas por cualquier miembro de la comunidad. Este respeto y reconocimiento no solo pone énfasis en las conductas privadas de las personas (color del pelo, cantidad de piercings o tatuajes) sino también las acciones públicas (con quién contraigo matrimonio, a que institución pertenezco, cuántos hijos decido tener, etc) que estén permitidas por las leyes de cada país, región o estado. Por lo tanto, al estar el derecho a voto consagrado en las constituciones de varios países latinoamericanos, pero siendo obligatorio en (México, Colombia y Argentina) y voluntario en Chile, nos enfrentamos a la compleja situación de castigar a aquel o aquellos que teniendo una obligación legal, dejan de cumplirla y deciden no participar en las elecciones que les corresponden. Es por esto que surge la misma pregunta del párrafo anterior ¿Puede ser la obligación de votar una expresión de libertad positiva?
Sin embargo, lo anterior es una falsa disyuntiva porque el voto no está relacionado con un derecho negativo o positivo, sino que está determinado por nuestra relación con la política. Para quienes entienden la política como la oportunidad de “castigar” o “premiar” cada cuatro o seis años a determinada corriente o partido político, el derecho a voto se transforma en lo que define quien gobierna o deja de gobernar.
Para quienes tienen una relación más profunda con la política, el derecho a voto es una manifestación entre muchas disponibles para construir un mundo diferente. Para esto podemos citar a Benjamín Constant en su aclamado ensayo “De la libertad de los antiguos comparada con la de los modernos” quien plantea que “…los antiguos ejercían colectiva, pero directamente varios aspectos de la soberanía…deliberar la guerra y la paz, votar las leyes, pronunciar sentencias y controlar la gestión de los magistrados”. Todos estos ámbitos de la vida política no se resuelven con el derecho a voto, sin embargo, nos entregan luces de todas las posibilidades adicionales que puede tener un ciudadano si al menos hace uso de manera libre e informada de un derecho consagrado constitucionalmente en nuestro continente.
Un buen artículo de Ciencia Política sobre todo de cara al plebiscito y la Constituyente. Deberemos ejercer nuestra fuerza colectiva para tener una política “dadora de vida”, que promueva la libertad y la responsabilidad pública. Felicidades al autor.